Sin prisa, pero sin pausa, avanzo en mi proyecto fotográfico "Arrabales" en el que llevo enfrascado algo más de cuatro años y que va alcanzando una satisfactoria consistencia.
No tardaré en darle forma.
Otra cosa es darle salida.
Miguel A. Merino
Sin prisa, pero sin pausa, avanzo en mi proyecto fotográfico "Arrabales" en el que llevo enfrascado algo más de cuatro años y que va alcanzando una satisfactoria consistencia.
No tardaré en darle forma.
Otra cosa es darle salida.
Poco, nada, puedo decir. No serían mas que palabras vacías. Las imágenes, con un trocito del alma de quién las captura, deberían hablar por sí solas. ¿Cómo explicar las emociones, las motivaciones, las influencias, las preferencias, el yo?. Imposible. A mí me valen. Son parte de mí. Debería bastar. A mí me bastan.
Espacios consagrados a mayor gloria de ediles ansiosos de perpetuidad que aprovechan las dádivas que generosamente riegan su adhesión a la ecología de salón y a la tan cansinamente cacareada sostenibilidad. Decorados, muchos de ellos, con el tufillo de la deficiente conservación, del abandono y de la decadencia. Adorados, no obstante, por hordas de vociferantes domingueros de los de tortilla y nevera que los hacen intransitables, un fin de semana sí y al otro también.
Rincones seductores pocos quedan, pero haberlos, haylos.
la que testimonian los restos que, carentes de valor material, evocan la vida de todos aquellos que allí habitaron. Algo de su alma siempre queda. Será por eso que percibo en estos lugares una elevada carga emocional y eso explica, en cierto modo, mi obsesión por capturar su imagen, por inmortalizarlos.
Sigo recorriendo, siempre que puedo, territorios cercanos.
De ese deambular surge la motivación, últimamente esquiva y a la que echaba mucho de menos. Recuperada la ilusión y definido el objetivo, van surgiendo las imágenes
que conformarán mi nuevo trabajo.
Y cinco años después, que realmente son cuatro porque en la pasada edición apenas participé, clasifico primero en la modalidad de blanco y negro en el concurso social de la RSF correspondiente al presente mes. La sutileza de la luz invernal, sobre los campos que rodean la actividad industrial del sur de Madrid, dota a la imagen de una elegante suavidad en la transición de tonos, por otra parte magníficamente reproducidos por el papel elegido para su presentación. Apuesta un tanto arriesgada porque su lectura requería algo de tiempo. Afortunadamente el jurado se lo tomó, lo que en los tiempos que corren es muy de agradecer. No va nada mal este curso. A disfrutarlo y a seguir.
Arrinconados en lugares decadentes e insalubres. Sin mayor horizonte que sobrevivir. Día tras día. Sin ilusión, sin esperanza. Besando los pies de nuestros carceleros. Aceptando sus limosnas. Pisoteados, humillados y esclavizados. Seres indignos. Para nada humanos. Ignorantes nos quieren. Apenas conscientes de la situación. Aceptando lo inaceptable. El triunfo de la necedad. La derrota del intelecto. El fin de la civilización. Su objetivo. Casi alcanzado. Les falta rematar. Hacerlo irreversible. En ello están. En impedirlo, estamos. Larga será la lucha. Desiguales las fuerzas. Incierto el final.
Hace no mucho tiempo, un amigo me describió el centro de Madrid con una frase lapidaria de precisión quirúrgica. "Es un parque temático" me dijo. Y vaya si lo es. Las hordas de turistas lo inundan todo, lo colapsan todo y, queriéndolo o no, lo joden todo. No por su culpa, ciertamente, pero así es. Porque unida al turismo va la vulgar desnaturalización del centro de la ciudad, que pierde su fisonomía y su esencia. Vecinos expulsados sin demasiadas contemplaciones para acoger, en pisos turísticos, a gentes de paso con pocas ganas de empatizar con el entorno. Comercios tradicionales engullidos por monstruosas franquicias que unifican el mundo bajo el paraguas de la mediocridad. Hosteleros mezquinos y avariciosos que disparan los precios de las bazofias que venden para esquilmar al visitante y desalentar al autóctono. Y politicuchos autonómicos y municipales, auténticos culpables de la situación, que llenan las arcas sin pensar mucho en su propio pueblo, auténtico perjudicado de la situación y privado sin rubor del disfrute de su ciudad. Tuktuks y otras aberraciones llenan la ciudad. Madrid se ha Bangkorizado. Muchas otras ciudades del mundo, también. Los poderosos nos echarán la culpa, seguro. Ellos son de los de "yo no he sido". Pero recordad que una mentira mil veces repetida no se convierte en verdad. Ellos sí han sido y a ellos les toca solucionarlo. Y no se trata, por mucho que la idea les resulte atractiva, de prohibir viajar ni de empobrecer a la población y disparar los precios para imposibilitar que se viaje o, mejor dicho, para posibilitar que solo viajen unos pocos. Salvo que no gobiernen para la población. Pero eso no puede ser. No pueden ser tan viles. ¿O empieza a parecer que sí?
Si consiguen aislarnos, vencerán. De estar comunicados, de tejer redes, de objetivos comunes, de avivar la llama, depende la victoria. Hay que moverse. No hay que dormirse. No dejemos de hablar, ni de pensar. No dejemos de saltar vallas, ni de porfiar. Menos, pero más motivados. Pocos, pero cargados de razón. Juntos, seguro que podemos. A moverse, a comunicarse, a luchar y, tal vez, a triunfar.
Siempre hay luz al final del túnel. La vida. Anhelo de luz en medio de la oscuridad. Un perseguir sin alcanzar. Una lucha desigual. Una cuestión de fe. Un no te rindas. Un objetivo. Una batalla perdida. La oscuridad, tampoco está mal. Tiene su aquel. El disfrute del momento. Pero, el orgullo. Seguir. Luchar. Sin desfallecer. No hay lugar para la resignación. Y si sobreviene la derrota, elevar el mentón. El intento. Un valor. Dignidad. Honor. Y al final, tarde ya, la luz. La otra luz. Lo quieras o no. Algo, tal vez, quedará.
Ayer lunes comenzó, en la sección de opinión del diario El País, la publicación de seis fotografías pertenecientes a mi trabajo "Arrabales" en el que llevo ya unos años trabajando. Proyecto éste que todavía me tendrá ocupado un tiempo ya que a pesar de lo mucho hecho es más lo que me queda por hacer.
En la versión en papel del citado periódico saldrá publicada
una fotografía al día de lunes a sábado.
En la versión digital ya se pueden ver todas desde el mismo lunes.
Siempre es un placer y un estímulo ver reconocido el trabajo realizado. Sin duda servirá para continuar con renovadas fuerzas.
Como la naturaleza humana. Miedosa, egoísta, envidiosa y cruel, devorará, cual todopoderoso Leviatán, a todo aquel que no guste de revolcarse en su inmundicia. Para el resto, acomodo en cochiqueras. Lento y doloroso será el final. La ponzoña está servida y no se conoce el antídoto.
Uno no sabe para donde tirar. Varias alternativas, ninguna apetecible, se nos muestran como posibilidad. Ninguna será del todo buena, pero hay que elegir. Quedarse quieto y conformarse no es opción. En la encrucijada no hay más que mierda. A la vista está.
Tierras yermas y aisladas, por el avance imparable de los cada vez más intrincados nudos de comunicación que rodean las grandes ciudades, muestran cicatrices de algunas de las actividades marginales que en ellas se practican.
Tiene un no se qué, que me cautiva. Espacios de colosales proporciones que estimulan la imaginación. Una belleza extraña. Y si la luz del momento acompaña...
En el arrabal también tenemos montañas. De chatarra, pero montañas al fin y al cabo. Si entrecerramos los ojos y le echamos imaginación, quizá creamos estar contemplando grandiosos paisajes, esos cuyo disfrute nos ha sido vedado. Tiempos de desigualdad. Habrá que acostumbrarse. Habrá que resignarse. O no.
Tonos que no están, contrastes que no existen. Imágenes de lugares que, en nuestra inocencia, se nos antojaban exóticos y lejanos. Imágenes de lugares que nos moríamos por conocer. No eran del todo fieles, no eran perfectas, pero estimulaban nuestra imaginación y nos hacían soñar.
Y poderoso e inquietante, diría yo. Sensaciones que me provoca la contemplación del mar. En determinadas circunstancias su superficie adquiere un aspecto tan consistente que diríase hecho de dura roca. Una dureza que le confiere una misteriosa belleza. El Cantábrico es mar propicio para estas ensoñaciones.