Espacios consagrados a mayor gloria de ediles ansiosos de perpetuidad que aprovechan las dádivas que generosamente riegan su adhesión a la ecología de salón y a la tan cansinamente cacareada sostenibilidad. Decorados, muchos de ellos, con el tufillo de la deficiente conservación, del abandono y de la decadencia. Adorados, no obstante, por hordas de vociferantes domingueros de los de tortilla y nevera que los hacen intransitables, un fin de semana sí y al otro también.
Rincones seductores pocos quedan, pero haberlos, haylos.
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